lunes, 18 de diciembre de 2023

Visita de E. Diciembre como todos los diciembres: malditos.

Cada nueva bienvenida a una vieja amistad, abre los caminos, abre los soles guardados en los cajones y en olvidados libros. Cada palabra de aliento, los abrazos, palabras endulzadas y también los cables a tierra que me lanzan desde su corniza. Cuánto significa cada uno, no lo sé, es un cálculo imposible, innecesario. 

Ahora, que me despido de E, me siento nuevamente abadonada, hundida, sin el calor que necesita un animal de sol para sobrevivir. Sin tu agua, no puedo... y aunque sé que debo resistir o contraponerme o girar en sentido contrario, déjame vivir este pequeño duelo, que es la despedida, los adioses acelerados por el ritmo de la ciudad, Me doy cuenta de que en el centro de la ciudad, no hay flores rojas para lanzar al río. En los puentes, sólo candados y debajo, mi sombra proyectada en el agua. Le pido que tome la congoja. Le pido un milagro al barro. 

Triste, depresiva, demasiado enamorada de mis amistades y de la compañía provisoria. Deja compartir esto que es lo poco que tengo: un anhelo por lo que está más allá de nuestros ojos, lo imposible; los monstruos que dibujábamos de niños. Tengo tantas ganas de ser otra; de girarme y poner en mis ojeras otras ojeras, que mi pena no sea una pena, en el sentido de sentirme condenada por mi propia consciencia. Deshabitar esta casita de muñeco, abandonada en el rincón de la infancia. Aún recuerdo los juegos de madera sobre la chépica, delante del río y sobre las flores que parecían pequeñas ovejas. Mirar desde la altura de monte que era la altura del resfalín a esa edad; lanzarse en picada contra la tierra; sin miedo; aunque la caída fuera estrepitosa y el latón en descenso quemara como un sol antiguo; lanzarse a la nada que era sólo un radio de dos metros. Ese recuerdo me acalora, me cobija. Pero no soy más un niño leyendo enciclopedias de guerra, ilustradas minuciosamente. Anoche soñé que el poema era una enorme mancha en el cerebro. Anoché soñé que eso era el silencio primordial; pero no, el silencio es esta fuerza inexorable. La manchasombra en el cerebro es otra cosa. Tú me señalaste los nombres, mis posiciones, estos cambios que experimento y me tienen confundida. No me dejes sola mientras busco la salida o la entrada o la ventanilla escondida en el muro de barro. 

Relojes de arena. Así mido el tiempo, en descenso, en la cornisa. A tu lado, soy tan mínima que se siente como ser abrazada por el aire, por los pimientos en los que solía encaramarme. Los árboles protectores. Mi árbol roído y aún así crecido, aún así hermoso...

No te vayas cuando lance mis cosas por la ventana; cuando lance mi nombre al río para no oírlo ni pronunciarlo nunca más. No puedo sola, sola no. Los fantasmas no pueden fundirse en crisoles ni diluirse en cántaros. Tú tampoco, tu eres fuerte, ágil, sorpresivo. Por eso no te vayas aunque te vayas. No huiré sin decírtelo. 

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