lunes, 27 de noviembre de 2023

 Ahora entiendo, tumbada sin ornamentos sobre mi cama, lo extrañamente fatal que se me hace no sentir el paso por las espinas; la ausencia de luna y sol en los pensamientos; no poder llorar a destajo como un niño muerto. La altura de estas pastillas pusieron llave en mis emociones, no, no en mis emociones, sí en los cómo, en las salidas. Una llave maestra, escondida en la nada que es la consciencia, dos ojos que miran lejos y sólo miran lejos. Aprieto mi mandíbula, trato de erguir mi espalda, acomodar la estructura que cosas pequeñas y fusionadas me dieron. O más bien me impusieron, esta visión perdida; la quejumbrosa actitud; la tristeza prolongada y mi amor imperecedero por los pájaros, por todo lo que emana en el silencio. ¿Eso seré yo? quizás... algo más parecido a una fase de un proceso más largo... lo que me hace pensar en que vengo de más atrás, más al fondo, más hondos los ojos y profundo el largo silencio de las aves al anochecer. No tengo respuestas, ni para mí ni para la yo ni para los otros. 

Extraño lo que ofrendé a mi salvación. Ahora, a dormir o intentarlo, entre conversaciones tortuosas, entre tomar o no la medicación porque quiero llorar y la altura no me deja desparramarme sobre mi propia cara y quiero intentarlo... quiero mi propia sed. 

Llorar como algo que no sabe qué es llorar. 

 Escribo cosas inútiles, negables para mí misma y no sé cuál es la diferencia entre la virtud y el defecto; la noción de lo verdaderamente p...