sábado, 6 de marzo de 2021

 Todo se ha reducido a esta articulación imprecisa de palabras: los afectos, la muerte, el odio, el fuego. Hay un dejo de malestar en todas las cosas, incluso en las sencillas y acogedoras. Hoy, más que nunca, vivo en estado de alerta permanente, como una bestia agreste y herida. 


Estas palabras son un coágulo; se me infarta la boca, el pensamiento, la creatividad. El ropaje de la muerte, esos harapos helados y envejecidos, se despliega en los gestos cotidianos, en rostros de amistades y hasta en mi propia sombra. No hay escapatoria definitiva, completa, absoluta. Se trata siempre de huir; evadir el miedo y el confinamiento de las ideas retorcidamente creativas. Sin embargo, a veces no puedo; es el mundo el que me agarra, me zamarrea -como el adulto al niño- y me escupe en sus instalaciones. 


Un cigarrillo tras otro; exhalar, en pequeñas cantidades, mundos angustiantes. Dentro de mi; afuera, a los costados, en multiplicidad de direcciones: todo se va encogiendo, desdibujando su forma. Las cosas mutan de modo singular: algunas advierten el cambio, otras viven su metamorfosis subterráneamente.
 

Todo es tan complejo, corazón y es la ceniza, la que ha poblado mi sangre.

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