lunes, 6 de mayo de 2024

 Escribo cosas inútiles, negables para mí misma y no sé cuál es la diferencia entre la virtud y el defecto; la noción de lo verdaderamente perecedero o eterno. Me cobijo en mis cigarros o en las tareas inconclusas. Nerviosa. Nerviosa por saber decir lo que no quiero.

Tarde noche, un lugar al que caer
una cama de clavos
una pasionaria dormida. 
No hay sueños rotos, uncidos a la infancia,
en las flores:
sólo una física muy mágica y elemental.

Mañana llueve desde que amanece
hasta que los cántaros silben. 
La noche licuada
los anteojos empañados por el propio vapor,
por la propia contracción de los poros en el frío.

Llueve y también las luces comienzan a tener ojos que oscilan,
pequeñas luminosidades y artefactos;
los gatos callejeros y su cielo siempre descocido.

No veré muy bien, nunca veo muy bien;
habrá charcos, desniveles, puentes estrechados por el barro y los perros muertos.
En el norte, la primera germinación... las primeras añañucas abriéndose paso muy abajo en el desierto.
En los postes de luz, los cables colgando;
En cuerpos, los rostros; colgando más abajo que la noche descocida de los gatos.

No puede el norte en mí
ahora
lo que la lluvia podrá mañana.

La golpiza en los nervios,
para tambalear y caer en una posible pérdida de memoria;
de -qué- y -cómo- manejo el subconsciente entre la niebla.
La lluvia no hace que llore.
Arriba, no en la cima, arriba.
En la poza de los químicos, 
solo llueven clavos, argollas endurecidas. 
No hay cántaros, sino crisoles parecidos a un astro que muere.

 anda a mear otro poste, perra aparecia