miércoles, 6 de diciembre de 2023

Mi abuela, mi mami frente a mí y una pizarra blanca, rayada con palabras ilegibles, me decía: termina tus lecturas pendientes y empieza lo que falta, otros libros. Y en eso estoy, buscando oraciones que me permitan creer nuevamente en lo que se esconde detrás de cada letra, en los abecedarios con los que las cosas dejan de ser cosas, inertes y frías.  Quizás calor, quizás bienvenidas a partituras reveladoras. Estoy girando la misma rueda, ocupando los mismos dardos. Cuando un cuchillo no tiene filo, no corta, rasga, despedaza. Y si voy así, abriéndome apenas el paso, pisoteando mi sombra que es la misma sombra de ayer... Ya no, algo debo terminar, procurar algo germinativo, no para los otros sino para quién sabe quién. 

Tanta pregunta y algo en mi corazón se abre doloroso, queriendo salir por los ojos como peces de roca, como aguas turbulentas que golpean la orilla. Entre el trabajo, los cansancios acumulados, el pesar en la voz, la vida toma la significancia de una pequeña fogata, la pequeña cicatriz ardiente. No sé si estoy preparada, no sé si tengo si quiera el alma a prueba de balas que señala Sade. Y el alma, sin forma ni paradero, sin origen porque sé que lo que tengo en vez de alma es un acorazamiento, osamenta, cuerpo, espíritu, a estas alturas, derrotado por mi propia incapacidad. Sueños, tristísimos sueños llenos de luces doradas, pasajes confundidos, desganadas aperturas al cariño. Si las palabras ahora me abandonan y sólo encuentro dobleces en las esquinas de los libros, si ahora no puedo enhebrar las palabras y diseñar constelaciones, astros enormes o cosas vivientes, no sé, no sé de mí, que también soy una cosa viviente, curiosa de mi propio estado desbalanceado, curiosa por sobre todo de lo que no sé y sé creer. 


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