jueves, 31 de agosto de 2023

F

En los andenes, con la sierra nevada a tope, te escribo para impugnarte, para decir cosas estropeadas y malditas, cómo el hastío o el invierno metropolitano... Te invoco a duras penas, desdibujado y con el ceño fruncido, en el mismo sentido en el que dibujaría una forma enojada siendo niña. Pero no soy niña, no soy la edad de entonces -y qué soy sino sólo el estiramiento, la extensión-. Ahora, con el pulso a cuestas, sé que la indiferencia es la indiferencia y que detrás - o frente de - siempre hay un mensaje. Mi plegaria no es por amor. Mi plegaria es siempre reconocer la inmensa agilidad de la tortuga; el silabario tremendo de los pájaros, de todos los pájaros que son posibles entre y por encima de la ciudad. Mi infancia me acompaña como una sombra metálica, demasiado dura para abandonarme. Sin embargo, no pido el regazo. No pido que lluevas en mí, ahora que asumes mi locura, mis inquietudes permanentes. Y sin embargo o en contra de todo, no me aferro a nada más que a mí medicación, autoinflingida, perenne. 

Cómo irá el desierto, cómo irá la lluvia sobre el misterio que se abre, en geometrías absurdas y variadas, sólo una vez al año... Mi desierto, mi vida...

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