Al alcanzar los frutos rojos y dorados del chañar, estiró su boca y besó la piel. Pensó que podían ser venenosos, nocivos y no hincó sus dientes, aún parejos y regulares. En Chañar Blanco, el cielo siempre podía ser un hermoso charco de mármol, con sus nubes dispersas y estiradas; los eucaliptos, proyectores de sombras en cerros y quebradas. ¡Qué belleza en nuestra visión y en nuestro corazón, un pájaro ardía! siempre pájaros, aves, sobre todo chunchos, pequeños y veloces, cazando ratones y culebras a toda hora, mirando desde la copa de nogales y nísperos. Me encantaría traerte ese recuerdo, que conocieras mi primera juventud, la única verdadera, en los pozones de río, en la magia de lo viejo, en mi interior medianamente despejado, antes de la tormenta interminable que es - ser un ciudadano adulto -. Sin embargo, ese no es el punto que quiero discutir. Allí, vi chacras con porotos verdes, vi patos buceadores. Pude ver la noche más bella que alguien puede ver. Llena de iluminaciones milenarias, destellos sabrosos. Todo tenía espíritu, vocación, inclinación por la vida y su oxidación. La casa, de barro y adobillo, con pequeñas ventanas y grandes puertas, estaba dividida, dispuesta en partes. Mis abuelos restauraron de a poco las fachadas, las conexiones de agua, los suelos y pisos, incluyendo los accesos con barandas a la zona de árboles frutales y pozas de río.
El sol brillaba y yo, incluso, lloré más de alguna vez, en uno de los patios de la escuela rural que estaba cerca. Lloré porque amaba y era muy, muy joven para soportar una distancia corporal con L. Era un afecto reforzado por la heterosexualidad, por la persecución, en el sentido de ser un - cruce de maricones - - una asociación de travestis recién paridas por la adolescencia -. La prohibición. Nuestra porfía. En fin, otro punto al que no voy ni iré nuevamente. El cielo giraba y brillaba con lentitud. Tus ojos habrían titilado, latido como un astro. Rasek. Tu nombre me tiene exaltada; rompes mi coraza de india - desconfiada -. Mi corazón está en estas ganas de mostrarte mis hermosos recuerdos en tierras líquidas, donde, juntos, habríamos cosechado limones y los habríamos comido cruzando nuestros dientes y lenguas, babosos y sedientos, ácidos. Ahora, los años pasan, corren, y una con ellos, porque una está dentro de los años, ellos nos cumplen, nos estiran como sombras de autos moteleros en la noche. Y la sensibilidad, el tacto, el o los conocimientos sobre cosas como materiales particulados, exceso de nutrientes o plumajes de aves; todo eso, a solas con el mundo entero y contigo, mi puma azul, mi Andrómeda, cercano y luminoso y fríoardiente. Tengo esta poca - consciencia - de mis estados mentales - que no son otra cosa que estados del cuerpo. Te cuento mi - primera juventud - porque no podré contar mi - última vejez -. Dudo que alguien pueda. Pero yo tengo la certeza primaria, la obviedad... y espero que puedas ver el animal majestuoso que se presenta en la hora en que cae el sol y dora las pieles. Es tú, es nosotros, es cada piedra en el camino. Es la vida y la muerte pero no separados ni contrapuestos, sino que mezclados en una - inexplorada, por imposible, maravillosidad -.
¿Estárá volviendo, con pronunciados ecos, una F. triste, doliente? Sí, pero no la misma, nunca la igual, nunca el mismo lado. Anoche, muchos sueños. Mucho animal desconocido, quimera. Reencuentros, cálidos en el sueño, estúpidos e innecesarios una vez disipados. Pronto, juicio. Pronto, requerimientos médicos. No tengo miedo. Tengo cansancio y también una sed nueva, una saciedad nueva.
No pensaba en esto, al contrario, creí encontrar una linealidad parcial, una cuerda más o menos firme. Pero aquí voy, con un nombre en la boca, en los ojos, en el cuerpo, un nombre al que amo. Rasek. Yo desaparezco. Yo huía. Yo. Amante de la disolución social, del - grato momento a solas con todos los pájaros posibles -. Estar sola es estar tranquila o intentarlo, al menos aquí, en esta metrópolis donde la asociación está trazada sólo y únicamente por el trabajo y el goce individual. Lástima. Pero seguí, seguí y encontré pequeños espacios rutilantes. Llegas y existes. Muchas cosas - aparecen -. ¿no es verdad? ¿un último tiempo difícil? con temor o sin el, de frente y contra cualquier sensación autocompasiva. La noche me acompaña, con su filo; con su luz trepadora, arbórea.
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Es la mañana. Tiene frío en los pies. Afuera, las cotorras continúan su barullo, su comedera de larvas y chanchos de tierra. El día comenzó con sol polar, nubes a lo lejos, en retirada. Los árboles, especialmente los maitenes, en reposo, crecimiento. Hay horarios establecidos. Se dice, con sudoración en manos y mejillas: 11:00am, sala 403, torre B. Error. Error en la torre, era otro el juzgado. Todo es una bola de acero y ella en el centro, agazapada en su propio cuerpo, en el pensamiento fugitivo, en la idea que la sustrae del mundo metálico, de zapatillas desabrochadas. Llega a la audiencia preparatoria. Todo es lo mismo quiere decir todo es lo mismo. - Nunca un rico pisará la cárcel - se reitera, interiormente. Entonces, con la misma información entregada en el control de detención, procede a retirarse. Un gran suspiro en la micro 511, unas profundas ganas de caer y traspasar ¿cómo se llamará lo que pisamos en las micros? ¿superficie, piso, suelo? en fin, ganas de traspasar la capa, también metálica, debajo de sus pies. Eso tiene. Unas inmensas ganas de caer y rodar como un topo hacia el fondo, desprenderse de su ropaje, de la bravura de jueces gays soberbios. Todo es un juez gay soberbio. Él administra la cárcel, sus antesalas, las condiciones de reclusión. Es un administrador financiero, monetiza la entrada y la aparente salida de imputados - con la condición de ciudadanía retirada, si es que alguna vez se les asignó -.
La micro va tranquila. Es una bomba. Es un día sin palomas, sin viento, donde los vidrios se quiebran al menor vaho, donde los mirlos construyen, andrajosos, sus propios nidos. No hay tiempo en el tiempo. No hay excusa para que la micro se detenga y no explote. Va con El Jardín Secreto. No piensa más que en jardines secretos. F gustaría de llaves que sólo abran jardines, puertas y corredores amplios; incluso ventanas y pasadizos. Llaves hechas para abrirlo todo. - Hay llaves en el pensamiento, habrá llave para este lado de la micro que arde - comenta al vidrio, soleado y vaporoso. Pequeñas casas de adobe, reparadas con escuálidas capas de cal, bordean la verma. Los manzanillones silvestres aquí no crecen, Tampoco los maticos, arrinconados en los viejos patios de Santiago. Más tarde, la vuelta al asunto, incansable, el episidio crítico, una sinfonía lamentosa, un río de posibles miedos... temor. F. teme en soledad y ama en soledad. No se afecta públicamente. No requiere de nada más que música, su boca, también la de Rasek y escribir en pequeñas libretas, manchadas con aceite, tinta desparramada o ceniza. Ceniza. Un viaje a Huasco no estaría mal. Podría ir y planificarlo rápidamente. Un viaje a la tierra primaria, al origen de todos los orígenes. O, quizás, Coquimbo. Ver a Cian, sus hermosos ojos rasgados, su color dunario, fresco y ágil. Con sólo verlo me emociono, con sólo pensarlo, pragmático y organizador de tiempos. Caleta San Pedro. Huasco. El borde costero y su kamanchaka; la niebla que riega majadas y cerros. Pero bueno, Barrio Franklin es lento, la micro no pasa, no quiero transportarme más. Si pudiera, viviría cerca de la costa, en la Parte Alta, en alguna construcción pequeña, con un sólo gato y un sólo perro. Pero no sueño, sino que siento. Y en soñar y en sentir hay brechas importantes. La materialidad. Siento con los perros que veo, que alguna vez ví. Sueño con perros que no existirán.