Ayer, el viejo pianista callejero y su perra negra. Frente a él, solíamos sentarnos a escuchar viejas canciones, fumar tabaco. Te dejabas caer. Caías en mí y yo, amortiguando el peso y la ropa, te sostenía. Mi cuerpo, un campo, un área para los dos. Y tus ojos, debajo de los faroles, negros y brillantes. Un cortejo de fantasmas, ya muy empobrecidos, nos hacía <extraña guardia>. Algo instituía inquietud y miedo en tu expresión, en cómo amplificabas.
Ahora, suena Sade, Bullet Proof Soul... y la entiendo, no es tan difícil, hay que desalojar a la víctima que opera como un parasito en nuestra subjetividad. No conozco - pero me adentraré - una forma de traducir el cariño o el amor o la atracción en palabras o escrituras.
Y tomé mi decisión: alejarme contra todo pronóstico; no dejar mi - soterrada y comprensiva - presencia cerca de ti. Casi no pude, algo venía a comerse mi voluntad o el compromiso con mis ideas. Te dije: vine a instalar una distancia y mi cuerpo hizo lo suyo. Existe una fina pared de vidrio entre nosotros. Nos toparemos algún dia y no sabremos quién dirá o callará primero. Da lo mismo. Si decodificamos, el más breve de los silencios puede resultar una forma de admiración o repulsión determinante. Vaya a saber una. Sólo ya no estoy, no voy a ti ni a los rosales blancos ubicados en el centro de los parques. No voy, no me dirijo, no asisto a tu voz que es dulce y también solitaria, incomprendida.
El rayo, al tocar la tierra, desaparece en su forma visible. Ahora, lo que hay, son las repercusiones moleculares. Esta escritura de adioses; contra la nostalgia. Nos vemos en alguna hora, irreconocibles. Sin música, sin afinidad; nos veremos otra vez, mientras la noche descose sus párpados lunares.
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