domingo, 31 de diciembre de 2023

Ya no será más

31 de diciembre. El día en el que, tergiversadamente, las cosas pasan de un estado a otro. Mentira, falacia propagada con fluidez de agua. Sin embargo, en la ciudad, esta honda excavación, la soledad es más grande, O quizás me miento y me digo en el reflejo de los muebles limpios no estás sola, sólo es 31 de diciembre. Odio las vísperas, esperar el largo silencio del próximo día. La víspera, un umbral - un estado de transfiguración- - de ansiedad solapada en adornos y destellos-.  En la víspera, recuerdo besos arrinconados en mi cama; más no los nombres ni sus sueños ni sus descuidos o aciertos. Recuerdo el sexo empujándome, la ciudad brillando como un feroz carbón en la orilla de la playa del Cóndor. Hago de mis memorias, una enorme y deforme pintura. Los abrazos de mi amor, tan fríos y honestos, arropados en edades extrañas, en modos extraños de amarnos o querernos o afectarnos. La suave espalda de la gata carey, empalagosa de maullidos y roces, para nada furtiva. Tantos pájaros, tantos puntos finales. 

Ahora, sola, pero sólo sola entre los cuartos, observo por los agujeros lo que hay dentro de mi caja negra. Sombras, oscuridades, algún rayo de luz que perece en un rincón; sabores de nísperos y pequeñas ciruelas. Una infancia enrarecida, encerrada por esta que soy ahora; alguien que no sabe quién es sino que sólo sabe los cómo, los dónde. Afuera, la música y el sol, como dos elementos abigarrados; como mi sed y tu sed, que son tan distintas y aún así entrañables, impresionantes. 

He dicho muchas veces que no sé pronunciar una emergencia. Y, quizás, ahora deba por lo menos escribirla. Emergencia, u r g e n c i a. Hay algo en mí, un pez de barro, con escamas en punta, de huésped entre mis órganos. En el pensamiento, una flor abierta; suspiro o lirio, pero flor. Mañana, el silencio, la pirotecnia por los pisos y el brillo sólo al caer la noche, cuando una o dos estrellas son visibles desde aquí. Concluyo. Entera, concluyo.

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