Frente a la ventana
el horizonte
se asoma
con sus ojos de sal
con su mirada somnolienta
y rocosa.
Se despide de mi
el puerto
y con el
la gaviota que
mañana tras mañana
grazna
sobre la kasa.
Es el puerto
el que se va
de mí
también su frío repentino
su apuro transpirado.
Yo no sé
si voy
o
me quedo
No sé
del viaje
tampoco de la emulación
de movimiento.
No sé
si llamar errante
al pájaro
que ha muerto
o
ha creído morir.
No sé
arremangarme
la amargura
ni cómo
sostener
la tranquilidad.
Quizás
es el peaje
quizás
el protocolo
tal vez
el tránsito
por estas carreteras
que parecen viaductos
a la muerte.
Quizás es el cactus
aplastado
por las placas solares
reventado
por la avanzada
sostenible de energía.
Puede que las mineras
se queden a oscuras
puede que
de forma
aparentemente amable
el progreso
requiera de más sol
de más horizonte
de más ojos de roca
de más cactus
con las espinas enterradas
en sí mismos.
Yo no sé del viaje
no sé
cómo
puedo hallar una diferencia
si todo esto
me parece una destrucción
entretejida.
Por donde cruza la carretera
cruza el capital
también el guanaco
que queda como
estampilla folklórica
luego del atropello.
A veces
el sol me abriga
con dulzura
como un mimo de gatito;
a veces
el sol muere
dentro de un panel energético
su tumba
es
la minera
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