La shopería verde, con sus LCD y sus viejos partidos de fútbol. Los viejos y sus aposentos y el alcoholismo; los cigarros pateados a la otra vereda. Bésame en el centro y en la orilla. Desaparece la figura, los ojos de lobo de mar, aguados y negros. Las gaviotas y la risotada. Toda la vida en una pequeña empanada de marisco; en quien trata de escribir y termina diseñando una geografía tenebrosa, admirable. No te vayas, no entiendo, me confunde. Chulengo, piedra de iglesia vieja o lata. Cualquier geometría es un - divino tesoro -. En Huasco todos tienen chimenea. En Huasco, beso, frotarse como dos rocas que arden; la saliva; las viejas amistades y los vapores químicos. Ibas y te enterraste, eso dijeron. Eso dijo la PDI. Te tiraste varios kilos de cal encima del cuerpo, luego de cavar un hoyo. Qué dirán los siempre saciados de todo. No tienes opción. Esa es la regla primaria, la colorimetría del paisaje. Así se suicidan los asesinados.
Los pasajes de la adolescencia, los intentos de atropello a los maricones, esas tercas y porfiadas lokas, ahora treintañeras. Y aún así, las estrellas como pecas plateadas; aún así los ostiones y los chungungos y la tradición de comer pan con aceitunas. Acá, un pozo, una avenida, una costanera golpeada por las olas, con las putas arrimadas a las viejas casas, regias totales. Te beso en el desierto. Te beso como una niebla fría, envolvente. Los poemas, los invitados, el cáncer, las churrascas calientes. En el mini, el calor y las ruedas derretidas; los asientos de felpa, hervidos en sudor. Y el frío, porqué el frío, si todo Huasco tiene chimenea.
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