Se me está arrastrando a una amargura fatal, yo misma deseo y me reinstituyo ese deseo; ir a una gran sombra. Voy asumiendo lejanías de gente muy querida, voy asumiendo el temor que me invade la distancia de los pocos que creo me comprenden. Y yo, en devolución, también. Sé que soy este pozo al que no hay que mirar y sin embargo, lo han hecho, lo han decidido. ¿Cuál es mi moneda de cambio, mi - intercambio aproximado a la equivalencia -?
No llores
No llores
No llores
¿Estás jugando a la víctima?
No llores
No hables bajo
No muestres demás
No sé de qué me protejo, qué me altera, que me hace querer abrazar a un desconocido y evaporarme como una lluvia vieja. Talvez mi crianza, mis mañas, mi construcción de personalidad y carácter; mi ascendencia india, siempre asociada a trastornos de la personalidad y depresión. Qué soy, qué me constituye. Estoy tan llena de dudas, tan desbordada como un caldero rebosado en sopa de letras, dónde sólo se leen interrogantes.
Maldita, maldita, maldita. Cada vez pierdo más los estribos, cada vez soy menos hábil socialmente o más hábil antisocialmente. No sé cuál delirio va primero o si son sincrónicos.
Hasta hace poco, la idea de amor, medianamente neutralizada, la vivía, medianamente plena. Pero uno descubre cosas. Una tiene un don para preveer tragedias. Desde ahí, nada, un agujero, metafórico, aunque precisamente muy real en el cerebro. En alguna parte donde funcionan los químicos a los que denominan productores de amor. Quizás ya no puedo querer, quizas deba estresarme estudiando y leyendo sobre el norte o sobre pájaros y seguir con mi pequeño ritual de tomar sol, comer sopaipillas el fin de semana y fingir silencio. Seguir alcoholizándome, darme la vida mundana que cualquier ser podrido de esta tierra necesita. Si estoy loca, es porque realmente a veces no tengo control de mis palabras o de los elementos que dan conformación a mi - estado social -. No es antojadizo. Va con mi personalidad, sí, pero mi carácter está mediado por mi trastorno. No te olvides, Fen. No olvides los componentes, los materiales. La piedra, el agua, la absurda aparición de luces rojas por entre los edificios.
Hoy, casi dormida, escuchando cosas leídas moralmente. Todo se reduce a pequeñas y artificiosas leyes universales. Pequeñas, micro en la conversación; macro en la estructura. Todo lo que se hace, como práctica política, lo que se escribe, lo que se imagina, lo que se piensa como posibilidades, todo es juzgado por declaración de principios. Me aburre. Prefiero la lentitud, mi leve sordera en el oído izquierdo, que aumenta con los años y el uso de auriculares. La tarde está tibia, no hay sirenas al fondo del paisaje. No suena la paloma arrullando sus piojos. Podría dormir, en esa nube, una nube de alambre liso, hasta volverme la púa, el filo. Dormir en la atmósfera que se piensa al pensar atmósfera en pintura.
Mañana, volver al sitio, hay Olmos creciendo. Algo originario crece, en un pequeño espacio. De Santiago, me iré en aproximado, dos años. Iré a Vallenar, a respirar y a hundirme en aguas heladas, cordilleranas. Sorprenderme, cómo recién agarrando costumbre, del hastío y la tranquilidad. Quiero atardeceres más naranjas, más deformes en color. Y pienso, ayer lloré, extrañé eso del - cuidado -. Pero... ¿Y si no soy capaz de darlo? ¿el cuidado es mérito, se mide en estricto rigor como una recompensa? ¿Doy cuidados, nos cuido? ¿soy agresiva, torpe, produzco ambientes hostiles? No sé qué ofrecer más que dudas, plantadas cómo rayitos de sol en orillas de arena.
Durante la noche, morir o querer y llorar mucho, llorar una perforación que está en algún lado y por la cual se escapa mi - zona de fé -, mi asociación a la paciencia. Pero, si lo pienso sobre mí y no para mí, quizás hago adecuadamente las cosas. No creo tener más objetivos que escribir, leer y conservar un par de amigas. Conservar la relación entre ese o dos pares. Cómo un bello par de zapatos: lustrar, lavar cordones y suelas; embetunar y sacar brillo. Cuidar. Cuidar es coser, cambiar suela y volver a componer. Leonor me hace pensar, Elizabet y Lorena me hacen pensar. Me hacen pensar y me hacen hacer (y también a dejar de hacerlo, restarme). No en orden, sino en desafío. También mis amistades, de largo aliento.
Mañana, vuelvo, dentro de unas horas, a traducirme, volverme parcialmente intelegible. Me reiré, eso sí. El silencio es un excelente compañero para reírse, burlarse, autocriticarse y desear la muerte. La propia, sobre todo. El apagón en la voz. Las caricias, temporales. "El amor gira en torno a otra sombra" Ared. Y tenía razón, mucha, siempre tuvo certeza esa frase para mí, desde los 15 hasta hoy, 27 años vívidos y también como una veladora, un paño húmedo tallado en mármol. Años vaporosos, impulsos de pumpullo.