martes, 17 de septiembre de 2024

 Quiero que me abraces y me lleves a ti, a tu dorso moreno y dorado y me hagas perder la memoria breve; que me apagues como muere una brasita pisada con rapidez, con fuerza de toro embistiendo su cuerpo contra el cerco planetario, contra los magníficos cordones montañosos del mundo. 

Hoy dije - el sol y los medicamentos hicieron excelente combinación - y así fue, sol en las mejillas y piernas; pastillas en el cerebro y aún así, ahora, deprimida en el fondo del vaso, con la mirada puesta en la cordillera y en las pequeñas comuniones que se ven tras la ventana: comuniones de humanos, comuniones de loros pampilleros, comuniones de perros.

Tras la ventana, quiero y déjame llorar en tu pecho. Arriba y abajo, siempre yo arriba y abajo y ahora, imaginada por mi súbita miseria, en tu pecho, llorosa como flores arrancadas al vacío, llorando la infancia, el anhelo y cosas - sin nombre - por lo tanto o por consiguiente, sin aparecimientos en glosarios. Sufro esta nada, esta convulsión de arriba a abajo. Déjame, déjame, déjame, déjame, déjame.

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