domingo, 22 de octubre de 2023

agua marina

Hay libros sin terminar encima de sus orejas y sus manos, enrojecidas por la sensación de no hacer nada con las palabras. Hay sueños en la orilla de las ventanas, aferrados porfiadamente en el filo. Cada vez que alguien quiso oírle, dejaron de hacerlo al minuto. Nunca o sólo la materia brillante y transparente pudieron oír esa voz gutural, salida de una flor pegajosa y profunda. Una flor que sólo crece una vez para luego ser abono de su posteridad, de su otra yo, de su espejo inevitable que es la muerte y la aparición de otras flores. El cielo en el agua y abajo, los peces de la memoria... para recordar los tumbos en el río de la niñez; la salinidad de la infancia; los ahogos, las ganas de ahogarse o poseer branquias y nadar hasta el fondo, detrás de la superficie, por fuera del cielo y del agua: allí donde lo imposible brilla en medio de la oscuridad absoluta; donde los cuerpos son esqueletitos vestidos con ropas transparentes. Ella quiso nadar, nadar más allá de su soledad y de su humo y de su boca que siempre quiso arrancarle los labios a las paredes.

Ella o él, enteros aguas, inmensas criaturas que observan sus peces de memoria, sobre rocas antiguas, viejos cántaros de agua salada, de agua de niebla dónde los mariscos construyen sus conchas leopardadas, donde siempre, en cierto segundo, un cuerpo aparece, hendido y azul, flotando entre la espuma. 

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