Aquí
en mis ojeras
un osario.
Expuse los cuerpos
la oquedad
de su cáscara.
No le pido
lumbre a la ciudad.
Estos huesos
los volveré ceniza
brasa
y haré
con ellas
cuchillas de nácar
pequeños incendios.
Quizás
la osamenta
no resista la embestida;
quizás
vayamos
incluso
más lejos que la muerte.
La única certeza
de un cadáver
es el polvo.
Es esta tierra
acumulada en los párpados
y en la voz.
No le pido lumbre
a la ciudad.
Perdida
siempre
en el eco de las playas ordinarias.
Quiero
el ladrido la costra la animita.
Ofrendo
esta sílaba de sangre
de huida
este signo de arrebato
este pálpito
de gata callejera.
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