Por políticas de lo impredecible,
de lo raro, de aquello que queda por fuera y en contra de la ciudadanía
perfectamente identificada e identificable, es que me animo a escribir esta
espina. La identidad, como rectora de los movimientos sociales de la
democracia, sujeta la acción a un
reconocimiento previo, le exige al cuerpo dar testimonio, declararse de forma
precisa frente a los tribunales de la corrección política: el
visibilizacionismo – como señala Leonor Silvestri – es el eje articulador de
esta oleada de grupos que resiste en tanto es alumbrada e identificada, vaya a
saber por quién, sobre todo en tiempos de hipervigilancia, punitivismo
feminista, cooptación empresarial y asimilación heterosexual.
La afinidad se forja con quién te
de plataforma folklorica, un empuje a una adecuada trayectoria militante. Nadie
quiere perder su aplauso, su reconocimiento post-mortem en museos,
nombramientos de calles, incluso, a más de algunx, le gustaría erigir su figura
en reemplazo de monumentos, como la estatua del milico Baquedano, en Santiago.
Es ese monumentalismo, esa reterritorialización del mártir y el heroísmo
autocompasivo, lo que sostiene a estos movimientos democráticos que, a duras
penas, pretenden rasguñar la superficie del ordenamiento heterocapitalista. Es
decir ¿para qué remover la estructura, si algún día la puede administrar mi
grupo? Es disputar el reconocimiento
estatal, municipal, heterosexual. Es querer cambiar algo; para que todo siga
igual.
La identidad determina fronteras;
por lo tanto, cuerpos localizables; políticas estáticas, examinables, cerradas.
Termina siendo un cerrojo; no permite diluirse en cuestionamientos creativos;
no deshace la rigidez del yo. Siempre es: esto soy, esto seré. Es
reterritorialización del destino; por lo tanto, de la linealidad, del futuro,
del pasado. Lo mutante; lo oblicuo; lo
impreciso permite no quedarse con primeras impresiones; con ingenuas conjeturas
acerca del poder. Los grupos empresariales gestionan las identidades para crear
políticas de mitigación específicas; para diseñar y construir políticas de exterminio
sustentables. Las blancas ricas cis, directo a alta gerencia y dirección; lxs
marikonxs; ancianxs; mujeres pobres; racializadxs, a reponer las estanterías del
retail y a ser la servidumbre doméstica de las feministas ilustradas magazinezcas
o a la cárcel: todo en nombre de la inclusión.
Es la identidad, el bastión del
eco-ajuste del capitalismo. La catástrofe capitalista es ahora administrada por
emprendedoras y ricachonas mujeres; por gays blancos y sus guaguas recién
compradas; por unx que otrx racializadx repartidx en los directorios de asuntos
externos y sustentabilidad. Pero no, los grupos movilizados de la democracía,
exigen su tajada de reconocimiento. Lo importante no es que la crítica sea más
profunda, expansiva, explosiva o conflictiva, sino que seguir siendo conducidxs
por unxs otrxs capacitadxs. Es una arremetida del tutelaje y para ello se han
actualizado conocidas herramientas: cabildos ciudadanos al comienzo de la
revuelta, procesos constituyentes, levantamiento de estatuas –populares-, ollas
comunes y acopios organizados por empresas, como Unimarc, empresa controlada
por el grupo Saieh.
El poder no oculta nada (Leonor
Silvestri) y pareciera que lo importante es reemplazar las piezas del tablero;
no destruirlo. Hoy, cuando el Estado y el Mundo empresarial – simultáneamente –
arremeten en contra de grupos de larga resistencia y ofensiva; cuando las
cárceles, centros de exterminio, aislamiento y esclavitud de pobres, están cada vez más llenas; cuando el extractivismo, tanto de experiencias como de las
aguas-territorios, se intensifica en innumerables cuencas, zonas y localizaciones;
lo importante para los militantes de la democracia, es escoger su verdugx.
Los movimientos sociales, se han
transformado en una cadencia política de la normalidad. Nada más rígido que
sostener procesos levantados por el Estado y el mundo empresarial. Las fuerzas
del capitalismo se retroalimentan con la quietud de sus pronunciamientos
ciudadanísticos. Es la uniformidad de la palabra; la circulación unívoca de las
o LA idea; la re-territorialización del victimismo como excusa política para no
interpelar la propia experiencia; lo que ha menguado los panoramas políticos
y determinadas subjetividades del tercer mundo y nos deja con ese sabor
insípido en la boca. Unxs quieren poner animales en estatuas como una forma de
combatir el “humanocentrismo”; otras, empecinadas y convencidas, quieren
fortalecer el sistema judicial y penal para frenar los femicidios. La cosa,
como se dice, sería entonces ir reformando el modelo; añadiéndole toques de
social-democracia europea; ignorar la potencia de la confrontación y el
conflicto; evadir la posibilidad de derribar un muro, sin levantar otro. La cosa,
entonces, según lxs pontificadorxs de la buena conducta y la tutela, sería
fortalecer la cárcel; conjurar una policía feminista; que la dominación sea aún
más deseada de lo que ya lo es.
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