lunes, 18 de enero de 2021

opioide

 Estoy arrinconada. He perdido los pensamientos alegres. Por un precipicio se han ido. Creo haberlos empujado, lanzado a un lugar distante. Sé que estas sensaciones no me potencian; es más, me siento frágil y apagada. Como una máquina en desuso, me acurruco en las esquinas. En este rincón, todas las cosas están rotas; todo el paisaje se resume en un ácaro. No quiero, no quiero más esta espina incrustada en el estómago. Me duele la espalda; los ojos se me deshacen.  He visto los rostros, ahora lejanos y silentes. Nunca más albergaré algo detrás de la mirada. No hay espacio para otro tajo; es ruina mi palabra.

Creía tener una coraza; un armazón anti-todo. Y no, no había tal dureza; sólo carne débil. Y ahora, encorvada como un moribundo almácigo, conjuro el lenguaje de la ausencia. Me he ido de mi misma. Arrojé mis costumbres sobre una cama de clavos. Quebré los espejos y el reflejo.

Duele. Duele profundamente.

Si te digo que siento que voy a morir, es porque algo está reventando justo ahora, aquí dentro; una insuficiencia inaudible. Es tanto el líquido, las aguas químicas en mi boca. Cuando aspiro el humo e intento encontrar la nitidez de las palabras, me deshago. Tengo la fuerza acumulada en los párpados. La desesperación no es un símbolo soterrado; es una atmósfera palpable y explosiva. No sé qué hago muriendo. Perdida, voy al silencio. Estremecedor, el silencio viene a mí.  

Gota tras gota; cucharada tras cucharada; me adormezco el cuerpo. ¿Me iré a desplomar sobre la tierra? ¿Recontaré las horas de silencio con piedras y parásitos?

Puedo sentir como un apagón se abalanza sobre mi mandíbula. Aprieto y no hay más fuerza que la de mi columna sosteniéndome. Anestesiada, los rayos de sol me apuñalan. Y la kasa se me viene encima; también los pájaros que rondan el jardín. El graznido de la gaviota; la potencia de los mensajes impredecibles; todo me agujerea el pensamiento. Mi voz es una hoja con las puntas quemadas. Cuando reconozco la ausencia y sus símbolos; no me queda de otra: me hundo en ella; naufrago en mar abierto. Este océano incalculable; este terreno inhóspito me parece desafiante.

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He salido herida; no por primera vez. La heterosexualidad se infiltra; se escabulle. Es una soldado hábil y escurridiza. Puedo ubicarla; trazar en qué lugares de esta genealogía de la opresión se ha entrometido y cuáles ha construido.. Eso sí, aún no he podido arrancármela. Mis disparos han sido imprecisos.

 

- se suspende el show hasta nuevo aviso, corazón -

Las armas deben recargarse. 

viernes, 8 de enero de 2021

sangre

La sangre desparramada en este tajo; sobre esta herida montañosa, se aglutina como un grumo rojo y palpitante. Y los nombres, silabas pertenecientes al deshecho, se lanzan por la borda. Se dice que el pájaro que ha muerto, ha muerto accidentalmente. Toda su patria es un remoto accidente: nadie aquí ha excedido el protocolo; sólo se ha desparramado sangre pobre. El rey ahora tiene disciplina y la reina no sólo come pasteles y se va de fiesta. Juntxs, con su equipo inclusivo y desde su palacio - Av. San Josemaría Escrivá de Balaguer 5600 - dictan las ordenes. La orden es que, contra toda amenaza, la patria transnacional viva. 

Todo se hace en nombre de la justicia: constituciones, marcos legales, acuerdos imperiales. La justicia nos aprieta el cuello. Tenemos la voz hecha un hematoma. No hay ungüento que alivie este ardor. Este ardor vuelto rabia: aquí duele, duele tan profundamente que los huesos se descosen. Regurgitando las palabras, hemos venido. No nos alcanza la desdicha ni la tristeza; esto es más denso, expansivo. Es un océano desprovisto de mesura lo que hay dentro. Y también nombres; piedras; fuego; odios indispensables. 

Si el pájaro muere

y dicen

que fue un accidente

habremos sabido

por susurro 

por suspicacia de zorzal

que fue un accidente provocado

por el Estado de Chile. 


 

hablar de la sed

Alguien me ama es puerta   agua     sed enojo   perrocallejero Oigo voces en las campanas; voces que ruedan a la orilla. Excentricidad ¿cómo...